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El ser y la vida. Sentimientos y emociones en los seres vivos

Alejandro Alvarez Silva
 
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8. Sentimientos y emociones en los seres vivos

Las rocas caen, las plantas se desarrollan, los animales actúan. El comportamiento animal varía según las circunstancias externas y los estados emocionales en que se encuentran.

Los etólogos (estudiosos del comportamiento) y cualquier persona que tenga una mascota sabe que los perros, gatos, etc. sienten celos, ternura, agresividad, dolor, etc., afecciones características de los seres dotados de ánima (es decir, los animales). Y es que la palabra castellana animal procede de la latina ánima, alma. Como la noción de ánima vulgarmente implica la vida -los seres sin vida se les denomina inanimados- alguien con nivel emocional bajo, decimos que está desanimado. El alma, también, se asocia a la subjetividad, a la capacidad de reflejar al mundo desde el interior. Todas las características anteriores se dan en los animales, y son resultado de la actividad del sistema nervioso, funciones anímicas.

Aristóteles escribió la obra "Investigación sobre los animales". En ella subraya la continuidad y gradación de las diferencias psíquicas entre hombres y animales. Hay muchas semejanzas entre ambos, en particular el comportamiento de los niños y el de los monos en su infancia.

La evidencia de Aristóteles fue sustituida históricamente por el mito antropocéntrico del presunto abismo entre hombres, como hijos de Dios, portadores de almas inmortales, y los animales como mecanismos, como simples cosas. Uno de los principales defensores de dicho mito fue Descartes en el siglo XVII. Esta mezcla de superstición y filosofía cartesiana bastó para negar la evidencia, hasta que la biología se constituyó como ciencia con Darwin.

En el año 1871 Charles Darwin publicó "The descent of man, and selection in relation to sex" ("El origen del hombre, y la selección en relación al sexo"); donde expresó con rotundidad: "no hay diferencia fundamental entre el hombre y los mamíferos superiores en cuanto a sus facultades mentales". También añade: "hay un intervalo mucho mayor en potencia mental entre uno de los peces más primitivos como la lamprea, y uno de los grandes simios que entre un simio y un hombre" .Y prosigue: "es obvio que los animales inferiores, al igual que el hombre, sienten placer y dolor, felicidad y miseria. La felicidad nunca se exhibe tan claramente como cuando juegan juntos animales jóvenes, tales como los gatitos, los cachorros, los corderos, etcétera, al igual que nuestros propios hijos".

Sir Charles Bell, en 1806, había insistido en la tesis del abismo entre el hombre y los animales, puesto que (en su opinión) los humanos habían recibido del Creador la capacidad de sentir emociones y expresarlas, cuya prueba eran los músculos de la cara humana, sin parangón en el reino animal.

En el año 1872, Darwin publica "The expression of the emotions in man and animals" ("La expresión de las emociones en hombres y animales), donde rebate una por una las tesis de Bell.

Darwin detalla las diversas maneras como animales humanos y no humanos expresamos las emociones: fruncimiento de entrecejos, movimiento de ojos, posición de orejas, meneo de rabo, erizamiento de pelos, etc.

Las emociones son en parte transparentes, y pueden detectarse si se sabe distinguir las expresiones faciales y corporales. Es elocuente el rabo del perro: recogido si tiene miedo, levantado cuando está enfadado y agresivo, moviéndolo de un lado a otro si está contento.

También las realistas observaciones de Darwin fueron eclipsadas durante la primera mitad del siglo XX, debido a los prejuicios antropocéntricos y la limitación metodológica a lo fenoménico por culpa del conductismo.

El conductismo aceptaba que los humanos tuviésemos emociones, aunque por su propia naturaleza fuesen inobservables en los demás, pero no se aceptaba que las tuviesen los animales (también en ellos inobservables).

Habría que afirmar, entonces, que o todos somos meras máquinas, o ninguno. De cualquier forma, habría que estar dormido para que al convivir con animales, no darse cuenta de sus emociones.

El progreso aunado en la etología y la neurología, han acabado por minar el prejuicio conductista, abriendo a la investigación científica la vida afectiva de los animales.

Cynthia Moss y Joyce Poole han aprendido a reconocer las sutiles y múltiples emociones de los elefantes, incluido su sorprendente sentido de la muerte y muestras de aflicción por el fallecimiento de sus seres queridos. Para Poole es indudable que los mismos experimentan emociones profundas y tienen una cierta comprensión de la muerte.

Jane Goodall tras pasar muchos años con los chimpancés, ha observado todo tipo de emociones entre los mismos, como la curiosidad hasta la agresividad destructiva, pasando por la aflicción ante la muerte de los seres queridos.

Como estudiamos en capítulos anteriores, el diencéfalo (que incluye el sistema límbico) es responsable de tareas tales como el control endocrino, el comportamiento sexual, etc., así como también es la sede de la vía emotiva de los craniados. En esta área se producen emociones tales como el miedo, el estrés, la agresividad, etc. mediadas por ciertos neurotransmisores como la dopamina y la serotonina. El sistema límbico, compuesto por otras estructuras como el hipotálamo, la glándula pituitaria y las amígdalas, está especialmente desarrollado en todos los craniados amniotes (reptiles, aves y mamíferos), y surgió hace más de 300 millones de años.

Las estructuras cerebrales anteriores y los neurotransmisores implicados en las emociones, así como el sistema endocrino, son básicamente comunes a todos los craniados, por lo que en todos ellos pueden aparecer las experiencias emocionales. Ante situaciones de peligro potencial, el sistema límbico ordena a las glándulas suprarenales producir adrenalina, para la preparación para el combate. Nuestra apreciación interna es como enfado o coraje. Si no se produce el combate, el coraje se transforma en estrés. Y ocurre lo mismo con humanos, delfines y ratas. Así que, si nosotros nos enfadamos, lo mismo debe pasar con los demás mamíferos.

Los últimos años están siendo de una aceleración de trabajos que están acorralando la metodología conductista y que nos lleva directamente al reconocimiento de las emociones de los animales.

En el año 1996, Susan McCarthy y Jeffrey Mason reunieron una gran documentación etológica en el trabajo: "When elephants weep: the emotional lives of animales" ("Cuando los elefantes lloran: las vidas emocionales de los animales"). También, el neurólogo Joseph LeDoux publicó "The emotional brain" ("El cerebro emocional"), una rigurosa presentación de las emociones en sus mecanismos neuronales.

En el año 1998, el neurólogo Jaak Pankseep escribe "Affective neuroscience: the foundations of human and animal emotions" ("Neurociencia afectiva: los fundamentos de las emociones animales y humanas").

En el año 2000 aparecía: "Infant chimpanzee and human child: instincts, emotions, and play habits" de N. Ladygina-Kots y F. De Waal. En este trabajo se comparan las emociones y juegos infantiles en chimpancés y humanos. También el biólogo Marc Bekoff publica "The smile of a dolphin: remarkable accounts of animal emotions" ("La sonrisa de un delfin: informes notables sobre las emociones animales"), que refleja los resultados de los estudios de campo de más de cincuenta investigadores.

Las observaciones etológicas anteriores habían sido ignoradas por los conductistas, que las tildaron sólo de anécdotas. Para Bekoff el plural de anécdotas es simplemente "datos". Y los datos son ya tantos que resultan difíciles de ignorar.

La lectura de los genomas de diversas especies van en la misma dirección apuntada. Son los genes quienes deciden lo que es cada animal, y es sorprendente cuántos genes compartimos todos los mamíferos.

El reconocimiento de la vida emocional de los animales va unido a la reivindicación de su consideración moral. Su capacidad para gozar y sufrir es una de las fuerzas que impulsan la revolución moral actual, que incluye nuestras relaciones con la naturaleza y a ellos mismos.

También aumenta el interés por la inteligencia emocional y las emociones en general. Como dice Annie Frelich, incluso nuestras mascotas "nos enseñan a amar abiertamente" y sin tapujos.


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Sobre el autor


Alejandro Álvarez ha trabajado como jefe de redacción y como articulista en diversas revistas y publicaciones. Es director de la revista digital "Foro Esencia" y es autor de diversos ensayos.





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